Está bien: si quieres patentar semillas, paga
por ello, pero paga retroactivamente.
Paga por su valor al que planta esa semilla en
sus cultivos y tendrá que dejar de plantarla, al que guarda cuidadosamente la
semilla que deberá declarar; paga a quien no le crecerá el cultivo del cual
depende directamente la alimentación de su familia y su comunidad.
Paga por cada quien ha labrado la tierra
durante milenios, preparándola para recibir la semilla que daba de comer y
había que reproducir; paga por cada vida que se fue en ello.
Paga por cada gota de agua que ha tenido que
quitársele a algo más, al árbol, al animal, al hongo, para llevarlo a la
semilla para su fértil eclosión.
Paga por cada incierto viaje, por cada
caminante que durante meses llevó la semilla de un lugar a otro para
compartirla generosamente, para adaptarla y así hacer posible que otros pueblos
vivieran mejor.
Paga por a las miles de especies que han tenido
que ceder espacio para que las semillas pudieran crecer; paga por aquellas especies
que se extinguieron en el intento de adaptarse a sus nuevos lugares.
Paga por el conocimiento y la investigación
aplicada que se ha llevado a cabo y transmitido efectivamente por cientos de
generaciones, que, sin laboratorios, han alimentado y pueden seguir alimentando
a la humanidad.
Paga por los 10.000 años de vida que han hecho
posible que hoy tengas una semilla en tu mano y, si eres creyente, tarde o
temprano debieras negociar con Dios.
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